“Creo que el ser implacable consiste en aferrarme a mí misma, en decir: ¡Esta soy yo, y no pienso ir a donde no soporto ir […], y voy a agarrarme y a lanzarme de cabeza a la vida, a ciegas, pero allá voy!”
Con esta prosa coloquial y a partir de pinceladas breves, sutiles, apenas sugeridas, Elizabeth Strout nos descubre la mísera y traumática infancia de la protagonista, Lucy Barton, carente del más mínimo atisbo de afectividad.
Desde el presente, Lucy, escritora de cierto renombre, rememora en una larga analepsis su infancia y juventud. Sus padres y sus dos hermanos sufren una pobreza extrema, tanto material como afectiva. Y es Lucy, la única de la familia, la que decide alejarse de ese inframundo de miseria física y moral y ser “implacable”. ¿Cómo lo consigue? A través de la lectura y la escritura.
Lucy pregunta insistentemente “¿Mami, tú me quieres? No hubo respuesta”. De la mano de Sarah Payne, a cuyo taller de escritura asiste Lucy, el lector percibe que esta novela “es una historia de amor […] Es la historia de una madre que quiere a su hija. De una manera imperfecta” Y Lucy lo constata:”Me da la impresión de que la gente quizá no entienda que mi madre no fuera capaz de pronunciar las palabras te quiero. Me da la impresión de que quizá la gente no lo entienda: no importaba”
A través de la conversación que mantienen Lucy y su madre, durante cinco días y cinco noches en la habitación del hospital en el que está convaleciente Lucy, conocemos las dos coordenadas espacio-temporales de la protagonista. Por un lado, el espacio rural-oscuro-infantil (Amgash, Illinois) del que huyó, que nos conduce al pasado; y por otro, el espacio urbano neoyorquino donde vive en la actualidad. Este tránsito espacio-temporal tiene su origen en la metanoia (en el sentido de transformación entendida como un movimiento interior que surge en toda persona que se encuentra insatisfecha consigo misma) que sufre Lucy y que parece conducirla a un mundo mejor. Sin embargo, a través de la conversación agria, sorda y deshilachada con su madre, sabemos que todo no es más que una falaz fachada: Lucy sigue hundida en su SOLEDAD.
Lo único que la salva, que la sostiene es la propia escritura. La novela, su tabla de salvación, le sirve de catarsis. Pero, si horadamos más, también nosotros-lectores sufrimos esa purificación interior porque, como señala Lucy, “Esta es mi historia. Y sin embargo, es la historia de muchos”
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