Chimamanda Ngozi Adichie es una joven autora nigeriana que se traslada a Estado Unidos para completar sus estudios. Su primera novela es la que nos ocupa, La flor púrpura, obra de gran aceptación y muy bien acogida por la crítica.
La obra se desarrolla en la tierra de Chimamanda, Nigeria, y, a través de la primera persona narrativa, la joven de quince años, Kambili, nos relata la historia de su familia, en un ambiente de inestabilidad política.
La familia de Kambili disfruta de un privilegiado nivel económico. Ella y su hermano mayor, Jaja, viven en una lujosa casa y asisten a un buen colegio. El padre es un respetado hombre de negocios en Enugu, población en la que residen.
Todo parece transcurrir con normalidad, sin embargo, sufrimos con la protagonista la férrea dictadura a la que el padre, Eugene, somete a su mujer y a sus hijos. El fanatismo católico y enfermizo del padre se refleja en la atmósfera familiar intolerante y claustrofóbica. En una ocasión, Kambili nos muestra a su padre “agitando el cinturón y lanzándolo contra madre, contra Jaja y contra mí mientras mascullaba que el diablo no lograría vencer”. Sirva como ejemplo de barbarie este castigo atroz que soportan “por comer diez minutos antes de la misa”. Otras razones similares esgrime el padre para exhibir su cruel brutalidad (por no ser la primera de la clase le escalda los pies a Kambili, derramando agua hirviendo de una tetera; le da una salvaje paliza por tener el retrato de su abuelo “pagano”…).
La aculturación se observa en este intransigente padre que repudia a su propio padre, Papa-nnukwu, “por ser pagano y dedicarse a adorar a dioses de madera y de piedra”. Eugene rechaza radicalmente los patrones de su cultura de origen, la nigeriana, la de los igbo. Los jóvenes tienen prohibido convivir con su abuelo y sus tradiciones africanas. A través del abuelo, la autora critica duramente la pérdida de identidad del pueblo igbo. Cuando el territorio nigeriano fue ocupado por los británicos, los pueblos aborígenes fueron víctimas de un lento exterminio cultural. Chimamanda se preocupa de reflejar la cultura nigeriana a través de la lengua igbo que aparece diseminada a lo largo de la novela, las costumbres, las comidas, los olores, las flores, en suma, la “flor púrpura” (hibisco púrpura) que simboliza la libetrad, la individualidad.
La visita de los jóvenes Jaja y Kambili a Nsukka, población en la que vive tía Ifeoma (hermana del padre) con sus tres hijos, supone una ruptura con su vida anterior en Enugu. Aquí aprenden y comprenden la tolerancia, la alegría, la pobreza compartida, la libertad…
Al regresar de nuevo a su casa en Enugu, el cambio de mentalidad de los jóvenes ya no puede detenerse. Algo muy importante había transformado sus vidas. Tenían otra visión del mundo, otra perspectiva antes desconocida para ellos. Y es, precisamente, esta nueva percepción la que desencadena el final trágico de la novela.
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