Con esta obra nos adentramos en la desconocida, debemos admitirlo, literatura oriental. Han Kang, escritora de Corea del Sur, nos presenta a una mujer que decide no comer carne.
¿Y qué?, os preguntaréis; sí, lo sé, no es un tema novedoso, al contrario, parece que hoy en día el vegetarianismo va en aumento, ya que para algunos se acerca a la perfección alimenticia del ser humano. Pero este no es el tema de la novela.
El vegetarianismo es el inicio de Yeonghye, la protagonista, de un periplo hacia la ataraxia –alejarse de las perturbaciones, para alcanzar un estado del alma y la mente sereno, sin emociones…, de pasividad que permita vivir en la calma absoluta-. Su inquebrantable voluntad es motivada por una de las pocas frases que verbaliza en la novela: “He tenido un sueño”.
Yeonghye es una mujer joven, casada, que un día decide dejar de comer carne. Su marido la considera insignificante, anodina, vulgar… y por eso se casa con ella ¿¿¿…??? El cretino de su marido solo quiere una servidora que acate las convenciones familiares y sociales. Y así es hasta que ella toma su férrea determinación de no comer carne. A partir de aquí su mujer pierde peso, padece insomnio, su libido disminuye… Su marido, familia y amigos empiezan a sentirse “incómodos” con ella. En una comida familiar, su propio padre le da una bofetada para obligarla a comer carne y Yeonghye, ante el rechazo y la intolerancia familiar, intenta suicidarse.
Pero ¿cómo sabemos todo esto? No lo conocemos por nuestra protagonista, ella apenas tiene voz en la novela.
Esta se estructura en tres partes:
-la primera parte, “La vegetariana”, está narrada desde el punto de vista del impresentable marido, que no intenta comprenderla, al contrario, la violenta sexualmente, la menosprecia, la ningunea… No es más que un ególatra que solo piensa en sí mismo.
-la segunda parte, “La mancha mongólica”, destaca por su plasticidad y hace referencia a una marca de nacimiento de color verdoso que tiene Yeonghye sobre una nalga. Esta parte es relatada por su cuñado, que, obsesionado por esa mancha y por su obra artística, no duda en abusar sexualmente de Yeonghye, sabiendo que está medicada.
El brutal androcentrismo, como vemos, está presente en la novela no solo a través del marido y del cuñado, sino también del padre que la maltrata de niña y de los médicos que la fuerzan a alimentarse.
-la tercera parte, “Los árboles en llamas” nos conduce hasta el final de la obra de la mano de su hermana. Es la parte más reflexiva puesto que su hermana es la única que intenta comprender a Yeonghye, preguntándose el porqué de su actitud, empatizando e incluso llegando a identificarse con ella. Al mismo tiempo es la parte más devastadora y perturbadora.
Estos tres narradores buscan regresar a su “status quo” anterior, a una comodidad en sus vidas que les aportaba seguridad, pero no felicidad. Apenas vemos atisbos de alegría en la novela. Son muchos los temas que la jalonan, pero el más explícito de todos, el más desolador es la soledad: todos los personajes viven aislados.
La no participación de Yeonghye, su silencio, su pasividad, su no enfrentamiento está en perfecta consonancia con el papel que la autora le otorga en la novela, recordándonos en ocasiones a Gandhi.
En la superficie solo vemos a una mujer que ha dejado de comer carne, pero la estructura profunda es una gran transgresión. Hay un choque radical y directo contra el sistema establecido (convenciones sociales, reglas familiares…), no obstante lo mágico y genial de la novela es que su autora nunca lo verbaliza, no lo explicita.
Sí, Yeonghye es la protagonista que no tiene voz. Pero la sentimos, la tocamos, la vemos y la intentamos entender a través de lo único que nos muestra: sus imágenes oníricas (violentas y cruentas, como el episodio del perro que la muerde de pequeña y al que se ve obligada a comer para que cure su herida) con las cuales caemos de lleno en el surrealismo de la obra, y sus actos.
Quiere escapar de sus terroríficos sueños, de la violencia intrínseca al ser humano, de su propia crueldad interior, de aquí que quiera “vegetalizarse”, transformarse en planta para evitar así cualquier tipo de violencia. Esta actitud nos recuerda el mito de Dafne y Apolo, en el que ella huye de la violencia sexual de Apolo transformándose en laurel, pero paradójicamente Dafne se violenta a sí misma con su metamorfosis. Yeonghye se convence de que es capaz de sobrevivir gracias a la luz, al agua y a la tierra. ¿Llega a padecer algún trastorno mental? Parece lógico pensar que a medida que aumenta su estado de inanición, su mente sufre. Pero, sin duda alguna, reivindica de forma brutal y tajante la deshumanización y esta es la postura más inquietante y nihilista de la novela: la negación del ser humano.
Yeonghye reivindica con rotundidad la muerte. No quiere seguir viviendo: “¿Por qué es tan malo morir?”, se pregunta. ¿No os parece dramático tener que optar bien por la supervivencia, bien por la muerte de Yeonghye?
Por Inma
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