domingo, 9 de marzo de 2014

La niña silencio, de C. Roumiguiére y Del color de la leche, de Nell Leyshon

"A de alondra, B mece al bebé, C como un cisne...La niña derrama sus palabras y salta a la rayuela de su vida"
"y ahora ya he terminado u no tengo nada más que contarte.
así que voy a terminar esta última frase y voy a secar mis palabras donde la tinta forma unos charcos al final de cada letra.
y entonces seré libre"


Así terminan las historias que hemos leído este último mes. Dos historias  cuyas autoras han sabido dar luzy voz  a estos seres perdidos en los márgenes de la sociedad y dos niñas que han encontrado en la comunicación, en las palabras y en la escritura su liberación.
En la primera de ellas, La niña silencio, se aborda el tema del maltrato infantil de una manera simbólica con esos "lobos", "la guarida", "los días azules y rojos" y  el poder de la palabra verbalizada: "Sin sus lobos ella no existe, tiene que protegerlos", cuando lo natural, a los ojos del lector, sería lo contrario. Al menos, eso sí, el lector descubrirá un final esperanzador.
Del color de la leche, la protagonista, Mary, nos cuenta su historia en primera persona. Su estructura- que a mí me recordó la de El Lazarillo de Tormes por la explicación del "caso"- viene marcada por el paso de las estaciones del año en la Ingalterra del siglo XIX. A través de las páginas que Mary escribe conocemos a su familia: un  padre autoritario que se queja de que su mujer no le ha dado hijos varones, el abuelo, al que tienen marginado y al que apenas ayudan que resulta ser el único personaje que trasluce algo de ternura; el vicario y su mujer, en los que Mary creía que iba a encontrar el calor que le faltaba en su familia y que a medida que van sucediéndose los acontecimientos resultan inquietantes y la misma Mary, que ha nacido albina y coja, pero que se convierte en un personaje inolvidable por rebelde y provocadora, que a toda costa quiere aprender a leer y escribir para reproducir ese ambiente frío en el que habitan los desposeídos- esas mujeres que han trabajado en el campo hasta la extenuación y que no han tenido derecho a la educación- y que necesita de forma urgente conocer las palabras para poder contarnos su dolor de una manera desgarradora.
Como casi siempre, durante nuestras sesiones, surge la inquietante pregunta de si nuestros alumnos serán capaces de comprender estas historias. Quizá, en breve, lo sabremos.

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